Notas sobre 'El desierto blanco' por Tharl

Portada de EL DESIERTO BLANCO

La mejor descripción de 'El desierto blanco' se la leí a mi amigo Pablo: se trata de explorar la nostalgia del presente desde un futuro cercano. Me ha costado mucho entrar en ese dispositivo que da entidad de novela a los distintos relatos. El primer capítulo, con muy buen arranque, me fastidia por la insistencia gritona, completamente innecesaria, con que insiste en la diferencia entre lector y narratario, y el segundo es muy críptico; pero a partir de ‘Marte florecido’ me adentro en esa ciencia ficción atmosférica del libro: el futuro es una sensación sobre el presente.

No he soportado las notas a pie de página (aunque participo del chiste de explicar quién fue ETA o Zapatero) y apenas el formato “Jimena me diría [a mí, el narrador]”. Estos dispositivos narratológicos (también el de diario aunque funcione) siempre me producen la impresión de camuflar a duras penas las carencias de la escritura. Sobre todo no soporté la renuncia generalizada a usar nombres propios. ¿Por qué decir “un gran centro de consumo de la fase final de la dictadura” sin nombrar jamás a El Corte Inglés? De acuerdo, sí, más adelante se dirá aquello de “¿es que la única forma de preservar las cosas es nombrándolas?”, pero hay un problema serio cuando el dispositivo a priori socava el placer de leer.

Regadas por la novela hay otras muchas frases feas e inconcretas que difícilmente pueden justificarse por el dispositivo. En lugar de “la música actual”, “ver películas repetidas” o “primer hijo”, por ejemplo, leeremos: “[la música] de la década que nos ocupa”, “ver alguna película ya vista mil veces” o “las visitas de su primogénito”. Nadie habla así salvo en un paper. No debe ser fácil desprenderse de esa segunda naturaleza, adquirida tras tantos trabajos de humanidades, que nos lleva usar paráfrasis asépticas y sustantivos académicos que podamos esgrimir como conceptos; no, al menos, cuando se practica una literatura tan conceptual y cada capítulo se rige por una idea estructural: “el narratario futuro”, “el sexto sentido” o “la sustitución del imaginario”.

Comparto la preocupación de la novela por el futuro, el reemplazo de lo real y lo imaginario por otra cosa. El estilo (que me da pudor llamar amateur pero no se me ocurre otra palabra mejor), no obstante, ha sido un problema. Me suele pasar con cierto tipo de ciencia ficción que me gusta pese a todo. Hay allí una humildad (o ingenuidad tal vez) que siempre me ha caído simpática. Y es imposible no apreciar a Luis López Carrasco (¡que agradecimientos más sinceros!) por el cariño con que evoca a los amigos que emigraron a causa de la crisis, a las parejas que pudieron ser y no fueron, su infancia y la Murcia (nunca nombrada) de entonces. Es aquí donde se encuentra la verdadera nostalgia de 'El desierto blanco', pura y libre de dispositivos.

Escrita hace 16 días · 0 votos · @Tharl le ha puesto un 6 ·

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